Siempre he creido que el ser humano encierra en su interior un sinfin de matices en forma de personajes diversos, a veces, cuando nos miramos en el espejo del cuarto de baño o paseando tranquilamente se reflejan nuestros ojos en un escaparate alguno de ellos da la cara y nos inunda de mil sensaciones, no siempre son agradables porque dentro de nosotros se encierra todo, lo que se ha denominado el bien y lo que se ha denominado el mal, amo a todos los personajes, aunque algunos puedan parecer deleznables, pero todos ellos me conforman, o nos conforman, amar a todos nuestros personajes es lo que nos hace amar a los demas.
Leyendo a Montebello descubri un personaje de esos del interior, de esos que no me gusta ver salir pero que en ocasiones sale, y de los que no me ha gustado casi nunca ver en los ojos de los demas, es un personaje intemporal, aqui se presenta con formas femeninas pero puede ser un hombre o una mujer, en realidad carece de sexo, es el panico.
En la isla de Izudura, donde la historia y la leyenda se mezclan como el cielo y la tierra o como el agua y el fuego, aun recuerdan con espanto a la que llamaban la Reinezuela, una reina pues se pasaba la vida reinando, reinaba sobre la noche y sobre las orillas de la isla, de su isla, ya que era la Dueña absoluta de esas playas.
En las mareas del equinoccio, recogia con impetu itsasbelarrak, despues de limpiar las arenas de la playa se adentraba entre la olas sumergiendose cada vez mas lejos, e introduciendo su tridente cada vez mas profundo, nadie ni nada podia detenerla, ni el oleaje que le azotaba, ni la marea que le hacia flotar como un madero, nada podria detener a la Reyezuela.
Al terminar su recoleccion trasportaba su botin a lomos de su asno, que siempre la esperaba soportando pacientemente su carga, la carga de una campesina que no cultivaba sus tierras, de una campesina sin tierras. Vivia de la pesca y de la recoleccion de itsasbelarrak, y cada vez le pedia mas al mar, al mar, a ese mar que le habia arrebatado a su amante y desde entonces odiaba.
La reinezuela no creia en la generosidad del mar, le consideraba mezquino, y, como esas personas que reprochan a los demás sus propios defectos, decía que el mar era avaro.
La Reinezuela vivia en una de esas casas bajas y robustas construidas para resistir el viento y oculta a las miradas de los demas, no necesitaba la ayuda de nadie y rehuia a toda compañia, asi sus vecinos le devolvian toda su hostilidad con creces, hablaban de ella como la gran avara que depositaba todas sus riquezas entre sabanas desvencijadas, sedientas de placeres compartidos, de su casa lo unico que salia era el humo de la chimenea, su puerta siempre estaba cerrada como su rostro.
La Reinezuela era su nombre, a lo mejor era un apodo pero nadie recordaba el primitivo, el que le acompaño cuando sus arrugas cargadas de silencios no formaban su rostro, cuando su cuerpo vivia cara a los demas, algunos la llamaban la Araña, pero para casi todos era la Reinezuela, inspiradora de miedos, tendiendo sus redes y paseando su gancho para atrapar hasta dejar exhausto las riquezas del mar.
El mar le arranco lo que ella amaba y ella le iba a hacer pagar su crimen, le arrancaria sus tesoros y se vengaria de los hombres, de su indiferencia sacando el mayor provecho de sus desgracias.
Las noches mas oscuras llevaba al asno hasta la orilla y sujetandole las patas con una cuerda, le colgaba una linterna encendida al cuello, golpeaba con su tridente al animal que comenzaba a sacudir la cabeza, asi la linterna oscilaba y confundida con un faro, equivocaba a los navegantes, que creían estar en un pasaje navegable dirigiendose a la playa donde se estrellaban.
Cuando esto ocurria la Reinezuela entraba lo mas progundo que podia para escarvar entre los restos del naufragio, recoletando mastiles, vino o ron. Saboreaba el placer del pillaje, del ultraje de los cuerpos desmembranados hambrienta siempre de nuevas rapiñas.
Una noche en que la tempestad silbaba y el tejado crujia gritando palabras inintelegibles, la Reinezuela salto vestida de la cama, sonriendo a la tormenta se preparo ansiosa para recoger los frutos del mar impetuoso. La noche era oscura pero el fulgor de sus ojos iluminaba la playa, su avidez de tesoros brillaba por encima de la oscuridad. Armada con su tridente se interno en la mar, enfrentandose de forma decidida con la tempestad y la noche.
Adoraba ese combate, un cuerpo a cuerpo con la lluvia y el viento, un barco naufragando y el fuego bailando sobre el agua y ella avanzando entre las dunas, subiendo por ellas para contemplar desde allí el mar sembrado de llamas, el casco destrozado y los restos arrastrados por la corriente.
Esa noche se lanzo hacia los montones de algas arrancadas por la tormenta de los fondos mas profundos, pero deshecho las de la playa para aventurarse entre las olas con el fin de encontrar la itsasbelarrak mas hundida, atrapando en su interior los mayores tesoros, y tras sacarlas con su tridente con sus manos despadazaba las algas a la busqueda de su interior, encontro ropas, mastiles y carne, si, encontro su bien mas preciado, un cuerpo hinchado con el rostro carcomido, cogio del ahogado su reloj, su broche de oro y su bolsa llena de monedas, pero descubrio un anillo y engarzado en el dedo del cadaver empezo la lucha por conseguirlo.
La playa esa noche, fue el testigo mudo de un horrendo prodigio, mientras la Araña se agarraba a la joya, otra mano surgió del agua y se abatió sobre la mejilla de la miserable, propinandole una sonora bofetada, una bofetada que hizo que se cayera, que se volcara como esos barcos que en ella tanto placer producian cuando se hundian. La Reinezuela desapareció bajo el agua, y su cuerpo fue a reunirse con el cuerpo que estaba desvalijando, al sentir su contacto recobro el sentido, trato de escapar de esa pesadilla, de sacar al menos la cabeza del agua. Todo era inutil, los dos cuerpos se entremezclaban como las algas y la arena, formaban un solo cuerpo, un monstruo vomitado por las aguas marinas y que se sumergia una y otra vez.
Pero la marea llego en su auxilio, el mar se retiro y dejo la vision del horrible abrazo, dejo a la vista a la mujer junto al cadaver, a la mujer luchando por desembarazarse de su botin, haciendo un esfuerzo supremo logro desprenderse de esos brazos, de esas cuencas vacias que la miraban fijamente, e intento correr, las piernas le fallaban, la arena de las dunas se deslizaba bajo sus pies, lograba levantarse y una mano la tiraba de nuevo.
Tras innumerable intentos, por fin se desprendio del cuerpo y corrio, dejo atras las dunas, los prados, los bosques y encontro por fin el camino de su casa, aunque nunca volvio a encontrar el camino de la razón.
a veces la Reinezuela que tras perder su razón se instala en la nuestra asoma por las cuencas vacias de unos ojos, o de mi ojos.
maria
Leyendo a Montebello descubri un personaje de esos del interior, de esos que no me gusta ver salir pero que en ocasiones sale, y de los que no me ha gustado casi nunca ver en los ojos de los demas, es un personaje intemporal, aqui se presenta con formas femeninas pero puede ser un hombre o una mujer, en realidad carece de sexo, es el panico.
En la isla de Izudura, donde la historia y la leyenda se mezclan como el cielo y la tierra o como el agua y el fuego, aun recuerdan con espanto a la que llamaban la Reinezuela, una reina pues se pasaba la vida reinando, reinaba sobre la noche y sobre las orillas de la isla, de su isla, ya que era la Dueña absoluta de esas playas.
En las mareas del equinoccio, recogia con impetu itsasbelarrak, despues de limpiar las arenas de la playa se adentraba entre la olas sumergiendose cada vez mas lejos, e introduciendo su tridente cada vez mas profundo, nadie ni nada podia detenerla, ni el oleaje que le azotaba, ni la marea que le hacia flotar como un madero, nada podria detener a la Reyezuela.
Al terminar su recoleccion trasportaba su botin a lomos de su asno, que siempre la esperaba soportando pacientemente su carga, la carga de una campesina que no cultivaba sus tierras, de una campesina sin tierras. Vivia de la pesca y de la recoleccion de itsasbelarrak, y cada vez le pedia mas al mar, al mar, a ese mar que le habia arrebatado a su amante y desde entonces odiaba.
La reinezuela no creia en la generosidad del mar, le consideraba mezquino, y, como esas personas que reprochan a los demás sus propios defectos, decía que el mar era avaro.
La Reinezuela vivia en una de esas casas bajas y robustas construidas para resistir el viento y oculta a las miradas de los demas, no necesitaba la ayuda de nadie y rehuia a toda compañia, asi sus vecinos le devolvian toda su hostilidad con creces, hablaban de ella como la gran avara que depositaba todas sus riquezas entre sabanas desvencijadas, sedientas de placeres compartidos, de su casa lo unico que salia era el humo de la chimenea, su puerta siempre estaba cerrada como su rostro.
La Reinezuela era su nombre, a lo mejor era un apodo pero nadie recordaba el primitivo, el que le acompaño cuando sus arrugas cargadas de silencios no formaban su rostro, cuando su cuerpo vivia cara a los demas, algunos la llamaban la Araña, pero para casi todos era la Reinezuela, inspiradora de miedos, tendiendo sus redes y paseando su gancho para atrapar hasta dejar exhausto las riquezas del mar.
El mar le arranco lo que ella amaba y ella le iba a hacer pagar su crimen, le arrancaria sus tesoros y se vengaria de los hombres, de su indiferencia sacando el mayor provecho de sus desgracias.
Las noches mas oscuras llevaba al asno hasta la orilla y sujetandole las patas con una cuerda, le colgaba una linterna encendida al cuello, golpeaba con su tridente al animal que comenzaba a sacudir la cabeza, asi la linterna oscilaba y confundida con un faro, equivocaba a los navegantes, que creían estar en un pasaje navegable dirigiendose a la playa donde se estrellaban.
Cuando esto ocurria la Reinezuela entraba lo mas progundo que podia para escarvar entre los restos del naufragio, recoletando mastiles, vino o ron. Saboreaba el placer del pillaje, del ultraje de los cuerpos desmembranados hambrienta siempre de nuevas rapiñas.
Una noche en que la tempestad silbaba y el tejado crujia gritando palabras inintelegibles, la Reinezuela salto vestida de la cama, sonriendo a la tormenta se preparo ansiosa para recoger los frutos del mar impetuoso. La noche era oscura pero el fulgor de sus ojos iluminaba la playa, su avidez de tesoros brillaba por encima de la oscuridad. Armada con su tridente se interno en la mar, enfrentandose de forma decidida con la tempestad y la noche.
Adoraba ese combate, un cuerpo a cuerpo con la lluvia y el viento, un barco naufragando y el fuego bailando sobre el agua y ella avanzando entre las dunas, subiendo por ellas para contemplar desde allí el mar sembrado de llamas, el casco destrozado y los restos arrastrados por la corriente.
Esa noche se lanzo hacia los montones de algas arrancadas por la tormenta de los fondos mas profundos, pero deshecho las de la playa para aventurarse entre las olas con el fin de encontrar la itsasbelarrak mas hundida, atrapando en su interior los mayores tesoros, y tras sacarlas con su tridente con sus manos despadazaba las algas a la busqueda de su interior, encontro ropas, mastiles y carne, si, encontro su bien mas preciado, un cuerpo hinchado con el rostro carcomido, cogio del ahogado su reloj, su broche de oro y su bolsa llena de monedas, pero descubrio un anillo y engarzado en el dedo del cadaver empezo la lucha por conseguirlo.
La playa esa noche, fue el testigo mudo de un horrendo prodigio, mientras la Araña se agarraba a la joya, otra mano surgió del agua y se abatió sobre la mejilla de la miserable, propinandole una sonora bofetada, una bofetada que hizo que se cayera, que se volcara como esos barcos que en ella tanto placer producian cuando se hundian. La Reinezuela desapareció bajo el agua, y su cuerpo fue a reunirse con el cuerpo que estaba desvalijando, al sentir su contacto recobro el sentido, trato de escapar de esa pesadilla, de sacar al menos la cabeza del agua. Todo era inutil, los dos cuerpos se entremezclaban como las algas y la arena, formaban un solo cuerpo, un monstruo vomitado por las aguas marinas y que se sumergia una y otra vez.
Pero la marea llego en su auxilio, el mar se retiro y dejo la vision del horrible abrazo, dejo a la vista a la mujer junto al cadaver, a la mujer luchando por desembarazarse de su botin, haciendo un esfuerzo supremo logro desprenderse de esos brazos, de esas cuencas vacias que la miraban fijamente, e intento correr, las piernas le fallaban, la arena de las dunas se deslizaba bajo sus pies, lograba levantarse y una mano la tiraba de nuevo.
Tras innumerable intentos, por fin se desprendio del cuerpo y corrio, dejo atras las dunas, los prados, los bosques y encontro por fin el camino de su casa, aunque nunca volvio a encontrar el camino de la razón.
a veces la Reinezuela que tras perder su razón se instala en la nuestra asoma por las cuencas vacias de unos ojos, o de mi ojos.
maria
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