la vida es ese continuo y preciso trascurrir de emociones, sentimientos, sensaciones y acciones. Todas tienen sentido, todas tienen valor y todas la configuran.
maria

jueves, 22 de diciembre de 2011

Insomnio


Mi actual reacción ante el timbre telefónico es una actitud hostil de rechazo, también de urgencia y de miedo. Sin embargo, aunque la idea inicial es de huida, ese sonido me atrapa, no me deja escapar y me obliga a lanzarme precipitadamente ante esa llamada, sabiendo de antemano que solo me reportará un sentimiento de tristeza y de malestar.
Todo comenzó hace algunos meses.
Eran las cuatro de la mañana. La fría noche estaba dando el relevo a lo que seria un lluviosos y gris día de otoño. Cuando sonó el teléfono, un sobresalto y percepción de alerta recorrió todo mi cuerpo. Una voz, más bien grave, preguntó si me despertaba. Quede atónito, no reconocía dicha voz, y no se la adjudicaba a ningún pariente ni amigo intimo, personas estas a las únicas que se les supone potestad para importunar el sueño a estas horas.
- ¿Quién es? – le pregunté.
Me dijo que me llamaba porque no soportaba más aquel maldito dolor.
- Pero ¿Quién es? ¿me conoce? – volví a preguntar.

No, no me conocía, y no se había confundido de número. Se le había ocurrido llamar a cualquiera. Y repito, eran las cuatro de la madrugada. Me dijo que había cogido la guía telefónica y escogido un número al azar. Así que mi violento despertar, además de inútil e innecesario, había sido producto de la casualidad. Estuve a punto de colgarle, pero un arrebato de curiosidad me hizo preguntarle como se le había ocurrido llamar a un desconocido para contarle que tenía un fuerte dolor, no se donde. Al parecer, llevaba haciendo lo mismo varias semanas, se pasaba las noches hablando con desconocidos, contándoles su sufrimiento.
- ¡será masoquista! - pensé
Según me dijo, la mayoría le escuchaba y compadecía su dolencia, otros sin embargo, le increpaban y colgaban.
-¿Cuál es su problema? – le pregunté
- Este maldito dolor que no me deja dormir. Por el día lo voy soportando con un montón de drogas, pero por la noche se hace insufrible.
- ¿Dónde se asienta su dolor? – me atreví a preguntar, un poco por seguir la conversación y dar sensación de interes.
- En la cara, maldita sea, en la cara. Concretamente en el maxilar superior.
- Y ¿no ha acudido al médico? –pregunte ingenuamente.
- ¿Médicos?, claro que he acudido a médicos. Al principio, hace algunos meses, cuando empezó esta tortura, les deposite toda mi confianza, pero uno a uno fueron terminando con mi paciencia, con mi ilusión, con mis ganas de vivir, pero, maldita sea, no consiguieron acabar con el dolor.
- ¿No han acertado con el diagnóstico? – pregunte.
- Sí, acertar, por lo menos todos coincidieron en el diagnostico. Yo a ellos no les echo la culpa, pero el caso es que aquí me encuentro, solo, desesperado, con un dolor de muerte en el maxilar superior derecho.
- Bueno, solo, lo que se dice solo no esta. Yo estoy aquí –le dije un poco para consolarle.
- Sí, lo sé, y no crea que no se lo agradezco. Aunque le parezca grotesco, mientras consigo hablar con alguien por teléfono, parece que el tormento se calma. Es como si el dolor quisiese escuchar la conversación, se concentra, se queda tranquilo y no se hace notar, es como si nos espiase.
- Bueno, pues me alegra poder servirle para algo, lo cierto es que mañana tengo que madrugar para ir a la oficina, pero si le puedo aliviar en algo su pesado sufrimiento, y usted quiere, no me importa seguir hablando más.
Ya estaba totalmente desvelado y sabía que no me volvería a dormir.
- Lo que no puedo llegar a comprender –me dijo- es por qué me duele el maxilar si ya me lo han quitado. Y si solo fuese el maxilar, pero es que me han quitado media cara, maldita sea.

Poco a poco me fue relatando minuciosamente su angustia, su calvario, su desesperación. Iban pasando las horas, horas de madrugada. Ya nos tuteábamos. Se llamaba Alfonso tenia 43 años, había nacido en un pueblo de León y llevaba viviendo en Madrid doce años. Estaba separado. No había querido llamar a Rosa, su ex mujer para contarle su problema, a pesar de que no había sido una separación traumática. No tenían hijos, Rosa era extremeña y había vuelto a vivir a Badajoz. Habían quedado como amigos, pero no quiso preocuparla, en realidad la seguía queriendo. A veces se ponía a pensar y no entendía el porqué de la separación. Pero ahora, era demasiado tarde para intentar reconciliarse. No soportaría ser motivo de compasión. Prefería desahogar sus penas por teléfono, con desconocidos, con gente sin rostro, con gente como yo, que aun no comprendía por qué llevaba ya cerca de dos horas al teléfono. Y lo más curioso es que no tenía sueño. Cuando decidió colgar no pude impedírselo, y me sorprendí a mi mismo rogándole que me volviese a llamar. Me preguntó el porqué. No pude contestar. Ni yo mismo sabía la razón. Simplemente le insistí en que volviese a marcar mi número.
La noche siguiente la pasé despierto, oyendo música, leyendo, esperando impacientemente que me llegase el sueño, cosa extraña en mí, que en horas de descanso onírico suelo pecar más por exceso que por defecto. En realidad lo que estaba esperando con impaciencia era la llamada de Alfonso. Pero fue en vano. No hubo tal llamada.
La primera claridad del alba me pilló en un estado de semiinconsciencia. Mi mente había estado vagando en busca del desconocido interlocutor telefónico. Había recorrido barrios enteros, se había adentrado en los hogares de multitud de extraños, y había escudriñado miles de aparatos telefónicos. Cuando regresó de su viaje cósmico pudo encontrar mi cuerpo vestido, tumbado sobre la cama, con la mano tendida hacia la mesita de noche, como esperando el ring telefónico y apresurarse a descolgar.
Pasaron varios días, con sus respectivas noches. Me había convertido casi en un insomne, pero no se produjo ninguna llamada. ¿Por qué estaría anhelando tan desesperadamente esa llamada? – me preguntaba. Por fin me doy cuenta. Hacia tiempo que no me sentía útil, mi aburrida cotidianidad me estaba ahogando, y el hecho de esa llamada había sido un revulsivo, me había preocupado, había despertado sentimientos que tenia escondidos, sentía que había algo importante, me daba cuenta que estaba vivo. En realidad quería que me llamase más por mí que por él.
A media tarde suena el teléfono, me precipito hacia el, y tras unos segundos de indecisión lo descuelgo. Eran de la oficina y querían saber que me ocurría. Les cuento que me hallo bastante enfermo y que tardare algún tiempo en aparecer por allí. Me dan ánimos para que me restablezca pronto.
Eran las cuatro de la madrugada. Cuando sonó el teléfono, un sobresalto y un sentimiento, esta vez de satisfacción, recorrió todo mi cuerpo.
-¿Qué tal estás? – le pregunté.
- Es insoportable, ya ni por el día consigo aplacar su violencia. Este dolor se hace insufrible. Es como si un hambriento hurón hubiese anidado en mi cara y se alimentase de ella. Solamente ahora, cuando hablo por teléfono parece que se calma un poco, pero no se aleja del todo, parece que va perdiendo curiosidad por las conversaciones que mantengo, es posible que me repita en exceso, es posible que me haya vuelto monótono.
- Te estaba esperando – le dije.
- ¿Por qué no me llamaste las noches pasadas? – le pregunte- ¿Has hablado con alguien?.
- Sí – me contesto- hice unas llamadas al azar, como siempre. Hace un par de días una voz ronca, me insulto y me colgó. En otra ocasión me pareció interrumpir los jadeos de gozo de una pareja y fui yo el que colgué rápidamente. Ayer fue una voz femenina la que estaba al otro lado, una voz calida, muy agradable, por cierto. Estuve un largo rato charlando con ella, pero al final se puso a lloriquear, y yo no soporto oir llorar a una mujer, así que tuve que colgar. Hoy me acorde de ti y por eso te llamo. Tengo que decirte que es la primera vez que repito llamada, nunca antes había llamado dos veces a la misma persona.
- Eso me halaga – le dije-. Yo también me estuve acordando de ti estos días pasados.

Comenzó a relatarme sus tormentos, sus angustias, sus temores, no ya con ánimo de compasión o masoquismo, sino más bien como forma de liberación. Era como si al relatar todo su intenso dolor, parte de él mismo se quedase pegado a la línea telefónica. Ayer había acudido al hospital, le hicieron unas pruebas y le dijeron que todo iba bien, pero el había podido ver unas pequeñas bolas en la radiografía del pulmón. No entendía mucho, pero la cara de la enfermera era como un libro abierto.
Poco a poco fueron pasando los días. Las conversaciones con Alfonso se sucedían cada vez con más frecuencia. Casi todas las noches hablábamos, pero mis intentos por conocerle en persona fueron inútiles. Ni tan siquiera me dio su número de teléfono. Era el, quien decidía, o no, iniciar la interlocución telefónica.
Desde entonces, el espacio en mi dormitorio había cambiado. Antes, solo me contenía a mí, pero ahora esta ocupado por el timbre. Y mi voluntad esta condicionada por la voluntad de quien llama, o quizás por la voluntad del objeto que llama.
Hace unas semanas que ha dejado de llamar. No me atrevo a leer la prensa. No me gustaría leer alguna noticia desagradable de un tal Alfonso. Las ultimas conversaciones hacían prever un pronto desenlace, natural o intencionado.
En la actualidad tengo sensación de indefensión, de desamparo. En mi dormitorio, que antes consideraba como un santuario inexpugnable, ahora me siento observado y escudriñado por desconocidos. Por desconocidos que en cualquier momento pueden hacer sonar el timbre. Pero a su vez, estoy deseando que suene.

Convertido ya en un autentico insomne, me paso las horas de la noche paseando alrededor del aparato telefónico. Mientras la ciudad duerme, yo velo la noche.
Al fin descubro una forma de liberación. Tomo la guía telefónica y escojo un número al azar.
- ¡Hola! No me conoces, pero me gustaría charlar un rato contigo.

Muchos reaccionan mal y me cuelgan después de insultarme, pero otras veces consigo entablar alguna agradable conversación. Cuando algún número comunica pienso que puede ser Alfonso, pienso que esta narrando a otro desconocido su intenso dolor físico, me siento algo celoso, me esta siendo infiel. Estos pensamientos desaparecen cuando alguien me responde, cuando comienzo a narrarle mi problema, problema de soledad que no se trata de un dolor físico, pero quizás sea más amargo y angustioso.
Me he aficionado a hablar con desconocidos por teléfono. Además, mi condición de insomne perpetuo me permite disponer de mucho tiempo. Tiempo medido por el reloj, y ya se sabe que la muerte esta escondida en los relojes. Todo es valido para salvarse del tiempo, incluso hablar con desconocidos, con gente sin rostro, sin espacio ni tiempo.

1 comentario:

gracias por visitar mi casa